martes, 13 de diciembre de 2011

Demasiado tarde para lamentos.

Aquella noche de finales de verano. Sentados uno al lado del otro en un coche cualquiera. Nos enviábamos miradas, tan fugaces como la noche que nos envolvía.
Una canción de amor sonaba en el reproductor; nada tenía que ver su historia con la nuestra. Pese a eso, hablábamos de ella, tranquilos, sentados en un coche parado en mitad de la nada. Algo comenzaba sin percibirse apenas.
Aquella noche de las que quedaban pocas.
Aquella noche que jamás volvería.
Aquella noche que ojalá fuera real de nuevo.

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