Hay días en los que la soledad se apodera de tu corazón y la más nimia tontería vuelve a materializar en tu mente los recuerdos que más daño te producen. La congoja y la añoranza te persiguen allá a donde vayas y te resulta difícil seguir existiendo.
Pero también hay días en los que no te importa nada ni nadie, demasiadas personas te han decepcionado como para intentar siquiera creer en ellas. No lo merecen. Puede que tú no seas menos, pero en eso no piensas. Hay días en los que no sabes si reír o llorar, si intentarlo o rendirte para siempre. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Qué decisión tomar? ¿Por qué así y no de otra forma? Las mismas preguntas de siempre, y te cansas. Noches de fiesta en las que llegas tarde a casa y vas directo a tu habitación. Miras hacia la cama: allí está sentado, esperándote. Te mira con ojos de enamorado, se acerca a ti, te da un beso y te hace compañía durante toda la noche con un abrazo que no tiene fin.
Abres los ojos y te encuentras de nuevo frente a tu cama. Está vacía, como siempre. La horrible realidad te explota en la cara: no habrá nadie que quiera abrazarte durante horas en esta oscura y fría noche. Estás solo, eso no va a cambiar. Te acuestas, apagas la luz, miras con nostalgia hacia la oscura pared y dejas escapar una pequeña lágrima que caerá silenciosa sobre la almohada cuyas historias jamás serán contadas.
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