A veces lo más doloroso es la sensación de humillación, de traición. No diré por millonésima vez lo cansado que estoy de dar todo mi cariño y mi ser, y no recibir ni la mitad de lo mismo. Al menos no hoy, porque hay cosas que ni soy capaz de pensar sin venirme abajo.
Pero desde luego es curioso que nunca veas a tus amigos, que muchas veces pongas excusas y sea yo el que te anime a verlos porque te vendría bien, te despejaría, es bueno que hables con más gente y no te separes de tu círculo (una relación que no sea capaz de darse esa libertad no creo que sea sana...), y sólo vayas a verlos y te apoyes en ellos en estos momentos, cuando antes lo hacías en mí, confiabas en mí cuando te pasaba algo. Como ya he dicho, no es raro que te apoyes en ellos (casi todo el mundo lo hace), pero duele pasar a no ser nada en tu vida, a no ser la persona en la que te apoyes y la que necesites cuando estés mal; un desconocido. Me metiste de lleno en tu día a día, en tus cosas, en tu familia, porque tenías fe en esto y querías ponerle esfuerzo. Yo, como siempre, me lo creí. Y así estamos ahora.