jueves, 24 de noviembre de 2016

#279

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.
-Tuya es la culpa -dijo el principito-. No deseaba hacerte mal, pero quisiste que te domesticara...
-Sí -dijo el zorro.
-¡Pero vas a llorar! -dijo el principito.
-Sí -dijo el zorro.
-Entonces, no ganas nada.
-Gano -dijo el zorro-, por el color del trigo. Luego agregó:
-Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
(...)
-Sois bellas, pero estáis vacías -continuó-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa que he regado. Puesto que es ella la rosa que puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a la que escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Porque ella es mi rosa.
Y volvió hacia el zorro.
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse.
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

El zorro y el principito. El principito.

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