Desde que nacemos nos machacan con constantes mensajes de lo que es el amor. Medios de comunicación, anuncios, cine, música, internet. Nos inculcan ideales y pasos a seguir, como si todos fuéramos meras réplicas entre nosotros, robots que salen a la venta. Como si no fuéramos capaces de ir creando poco a poco nuestro camino, nuestra filosofía.
Nos repiten hasta la saciedad lo bonito que es el amor, todo a lo que debemos aspirar y que nos encontraremos en cuanto éste llegue a nuestras vidas. Pero, ¿sabéis una cosa? Es todo mentira. Todo. Es una puta patraña.
Nos repiten hasta la saciedad lo bonito que es el amor, todo a lo que debemos aspirar y que nos encontraremos en cuanto éste llegue a nuestras vidas. Pero, ¿sabéis una cosa? Es todo mentira. Todo. Es una puta patraña.
A ver, en cierto modo, porque muchas veces sí sentimos el revoloteo de mariposas en el estómago, sí nos sudan las manos por los nervios, o sí podemos llegar a incluso comer menos. Pero ya está. No va a ser todo perfecto, no te va a gustar todo lo que veas, ni te tratarán de la mejor forma. Tu primer amor no va a ser el último, y tenemos que admitir algo: puede que algún día acabe. Tienes que tenerlo en cuenta y aceptarlo. Pero tampoco obsesionarte con ello.
No sé si para bien o para mal, esa extendida idea del amor caló en mí sin darme cuenta, y me vi devastado cuando el primer amor desapareció de mi vida. Era incapaz de aceptar esto si tenía en cuenta esa norma no escrita de que el primero iba a ser el último; y eso, me guste o no, fue un grandísimo error que no me dejó avanzar durante mucho tiempo. Me negaba a ver más allá, cegarse a algo es quizá a veces el mayor escudo que tenemos para no aceptar lo que no entendemos, para no cambiar, para no mejorar, para no crecer. Llegué incluso a pensar que las personas con las que me topara a partir de entonces no iban a significar nada y, precisamente, con esa negación, seguí sin encontrar a nadie que me llenara, por muy irónico que parezca.
Tras mucho tiempo, aparece alguien que te busca, que te acaba encontrando, que acaba siendo importante en tu vida poco a poco, sin que te des cuenta al principio. Y, entonces, te cercioras: algo ha cambiado, has cambiado. Estás dejando que te quieran de nuevo, que te acepten, que te sonrían, que te den aquello que echabas de menos. Y, de repente, estás de nuevo en una montaña rusa de sentimientos que a veces te encanta y a veces odias.
Mientras disfrutaba la relación no lo pensé tanto, pero llegó un momento en el que me di cuenta que mi teoría sobre el amor (alimentada por todos esos factores sociales sin que yo lo supiera) se desmoronaba. Diría que al terminar esta segunda relación fue cuando pude atar muchos más cabos y comenzar a crecer, comenzar a pensar de otra manera. La ruptura fue distinta, y en parte tan sufrida debido a muchas cosas que no comprendía, pero a la vez por algo que seguía sin desaparecer: el miedo a perder a quien amas.
Lo cierto es que ya ha pasado algún tiempo de esa época, pero todavía sigue reciente y hoy no conviene recordarla.
Hoy puedo decir que he descubierto una vez más la prueba de que estamos equivocados, de que no es todo como nos lo dicen en las películas, de que podemos volver a enamorarnos, de que podemos volver a ser felices igual que estuvimos tristes en su momento, de que siempre hay alguien más, y ese alguien no va a ser perfecto ni va a decirte todo lo que quieras oír: te hará rabiar, te hará discutir y te hará luchar. Porque no sois iguales, porque sois muy distintos. Y eso es genial.
Hoy puedo decir que soy capaz de entender una nueva relación, que soy capaz de vivirla y dejarme querer. Hoy estoy dispuesto a arriesgarme y a enamorarme mientras sé que ocurre.
Hoy es hoy.
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