Aquellas tardes en las que el tiempo flotaba en el aire como una medida inexistente, en las que canciones bonitas llenaban el ambiente con sus persistentes notas que jamás se iban de nuestras cabezas. Aquellas noches disfrutando del cielo, de las estrellas, de una buena película, de nosotros mismos. Tu pelo negro y rubio el mío; nuestras manos cogidas para siempre. Aquellos largos paseos por ciudades infinitas. Aquellos besos que me robabas y yo te devolvía y te volvía a robar, ciclo sin fin. Nada parecía terminar, nada merecía terminar, todo era demasiado maravilloso para que ocurriera. Cada momento era único, especial, privado y lleno de sentimientos que nos dejaban la cara sonrosada de un niño contento.
Días y tardes y noches y más noches. Cómo desearía que todo fuera así ahora, que pudieras mirarme como lo hacías antes. Cuánto daría por poder cogerte la mano una vez más, por charlar contigo durante horas como si no hubiera mañana, como si lo creáramos nosotros con nuestros besos. Cuánto daría por tenerte a mi lado una vez más. Aquí. Para siempre.
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