Despiertas un día, o al menos lo intentas. Abres los ojos y te cercioras de cómo es todo ahora, de cómo ha sido durante varios meses, de la nube en la que has vivido. Y esa incredulidad de las primeras semanas vuelve, atacándote en lo más profundo de tu autoestima, intentando destruirla. Y el verbo es "intentar" porque esta vez no consigue acabar con ella, sino todo lo contrario.
Y acabas recordando momentos de manera muy diferente a como lo hacías, los miras desde lejos y todo aquello que pareció un acierto es ahora un error. Lo ves tan distinto que te resulta extraño, ajeno, inverosímil, la historia de otro. Te alegras, al fin, de no haber añorado ni por un segundo nada de eso, y de que así haya sido durante tantísimo tiempo; tanto, que parece la historia de otro.